martes, 18 de octubre de 2011

Carta al Diablo




Aunque todos tenemos uno, yo os voy hablar del mío, es particular y peculiar, mi querido Diablo.


Locuaz, juguetón, travieso, le gusta disfrazarse de animal, mujer, y hombre, seguramente algún día de vegetal, intenta ser quien un buen día fue, pero cometió errores que ni él se perdona hoy, es un ángel caído, desterrado, malhumorado, hablamos, claro, del diablo.


Últimamente se viste de Prada, le gusta la coquetería femenina, el blanco iluminado que no azulado, se divierte imaginando que es una gran estrella de la seducción venida abajo. Mala elección, su criterio de personajes nunca fue acertado, por eso se descubre fácilmente a los diablillos.


Tiene secuaces, que en vano intentan ayudarle, el diablo es inteligente, pero sus aliados son simples imitadores de almas perdidas. Torpes. No se traspasa el intelecto.


Como venían fiestas, decidí ponerme a régimen, ni agua, ni pan, casi sin aire.


En su empeño, entra en mi casa, me sigue por la calle, y se va a las tiendas donde yo realizo mis habituales compras, a dejarme pasteles y golosinas, maldito bicho encarnado.


En mi casa le tengo controlado, me basta con cerrar la nevera con candado, y funciona, se suele ir con el rabo entre las piernas.


Por la calle, es fácil dejarle en evidencia de tramposo y zafio, y se esconde por las esquinas en su intento de hacerme caer en la tentación, me sabe golosa.


Cuando acudo a una tienda, y a través del escaparate lo veo, cuchicheando con la tendera, le oigo:


_ Usted debería saber que mi vecina, Yoly, le compra a usted hierbas de adelgazar, y se va a la pastelería a desayunar, le hará a usted quedar mal, piénselo.




Unas veces opto por salir, sin que me vea, pobre diablo me da pena, y otras se me va el azúcar de la sangre- o se sube- nunca se sabe lo qué hará esa pérdida de quilos y por dónde atacará, la falta de dulce, dejo de ser amable y me enfrento al feo bicho que anda buscándome, un día si y otro también.


Mis vecinos, me ayudan, son inteligentes y educados, e intentan llevarme con ellos de paseo, para que no caiga en la tentación de Satanás, Gracias, de corazón, por las muchas veces que no caí en la burda trampa.


Pero no siempre pueden estar pendientes, de cada cambio de humor de mi particular diablo, ni tampoco de mi estado de ánimo, los que hacéis régimen, me entenderéis, como te dejen un día un pastel de chocolate blanco fundido, se sube la vena al cuello, y de dos zarpazos de mala uva- que se que la tengo- me como al hijo de Satán con o sin bragas, digo patatas.


Y es que me sobran tallas, para enviarte a que inundes con tus lágrimas, el caldero, o el mismísimo infierno, que para eso mi cuerpo es mío, mientras no se lo lleve un entierro, y a paciencia me enseñó en santo Job, y a mala uva, Lucifer de mis entretelas, el mismísimo Dios. Lo tienes mal, personaje maléfico, te vistas como te vistas, se te ve el rabo y hueles azufre, no lo arregla ni el traje de Armani, ni la colonia de Tous.


Siento que no estés contento con tu oficio porculero, lo entiendo, no debe ser muy agradable saber que un día fuiste respetado y hoy eres un pobre diablo, y comprendo que te debes a ir buscando almas que quieran compartir contigo un poco de ese desprecio que sientes por ti mismo, pero es que no me das pena, ni miajiata.


Yo no acudo a tu casa, los infiernos, ni camino entre tus paradas, me importan un bledo tus trampas, pero cuando me desquicio, que de vez en cuando me pasa, y te veo tocando las yemas en mi casa, o en mis tiendas, no me visto como tú de Prada, me visto de lagarterana, porque me sobran malos modales y razones, para enviarte al psiquiatra, trabajo le das y sin pagar.


A tu cruce de piernas, le hago yo un cruce de mangas.


Empiezo el año, y de nuevo el régimen, ni agua, ni pan, ni aire, me voy a permitir, deja Belcebú, de persegirme con gominolas y bombones, porque tienes perdida la batalla, y me he propuesto que bajo dos tallas, si no consigo que sea de la manera diplomática, con la extricta dieta que me obligo, será con medios agresivos de liposucción, te venderé cara la grasa, Luzbel, para que arda más fuerte tu casa.


Es mi diablo particular, señores, y con él hablo como me dá la gana.


¿Y tu demonio, cómo es?

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