lunes, 9 de enero de 2012

Un viaje a IKEA



-Cariño, necesito que me lleves a IKEA.


Así empieza, muchas veces, una pesadilla, porque tu madre cree que IKEA es el parque temático de los adultos por excelencia, como se lo pasa, oye.


Esta vez la excusa fue un “armarito para la cocina”, esa es otra, los putos diminutivos para quitarle hierro al asunto, como si un armario “diminutado” no ocupara sitio en mi coche, y pesara menos…


Vale, voy a buscarte y te llevo - que remedio – en media hora estoy en tu casa.


Y te haces un porrón de kilómetros para salir de Barcelona, otro mogollón para volver a Badalona, a IKEA, mmmmm, que guay!


Y llegas al lugar, todas esas luces estratégicamente colocadas iluminando rincones de ensueño, comedores perfectos, cocinas ideales, habitaciones maravillosas, es lo más. Y mi madre se convierte de pronto en la baronesa Thissen, vuela, mas que camina, entre los muebles, los ojos iluminados por un brillo poseído, le gusta todo, lo quiere todo, ya le ha encontrado sitio a la mitad de lo expuesto para colocarlo en su casa, aunque necesitaría siete casas como la suya…


Mamá, cocinas es más adelante.


Pero ella ya está metiendo en la bolsa amarilla unas fundas de cojines, un revistero, dos lamparitas – diminutadas – dios, esto va a ser largo y terrible.


Lleva cuatro tarjetas en la mano, para ubicar lo escogido en el almacén, mi coche no es un camión, mamá! Pero ella no me oye, ha salido disparada hacia la sección cortinas, ahora ya no es mi madre, es Ágata Ruiz de la Prada, acariciando las telas con ojos malignos. Dios…


Al llegar a cocinas dejo las tres bolsas amarillas en el suelo, no puedo más, te dejo aquí y me voy a la cafetería, o me tomo un café o te estrangulo con la serpiente de peluche de la sección infantil, si, esa que “va a darle un toque informal al cuarto de invitados”. Joder, no mezcles mas la medicación, por favor.


Media hora mas tarde y otra bolsa amarilla más, llegamos al almacén. Es el subidón final, corre por los pasillos como una niña en un chiki park, tres de éstas, un estante de cada, dos taburetes, ésta “mesita” irá ideal en la cocina – por favor, necesito un médico – y llegamos a la caja, yo sudo, ella está radiante.


El carro rebosa, en el ascensor tengo instintos asesinos, pero me contengo, ya queda menos para llegar al coche, respira…


Es un puto tetris, sólo es un coche, por Dios, no lo ves? Y el “armarito” para la cocina?


"Ah, cariño, no lo he comprado, al final he pensado que venimos otro día y ya lo miro con más calma".


Respira, no le des con eso, respira…

2 comentarios:

  1. Me encanta como lo relatas, Yolanda. Yo voy a menudo y, al margen de lo vibrante del recorrido, especialmente la zona de cosas de despacho, me quedo en la zona de comedor, bocadillos y la de café. ¿Un bocadillito de franfurt? Y cuando le digo que si eso es una muestra y me dicen que no, entonces me pido seis. Ah, lo del café tarifa plana, genial, yo viviria ahí

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  2. Gracias Enrique... reconozco que Ikea se lo ha bien, das la vuelta a la tienda entera, quieras o no, y acabas comprando un sofá, mesa y cuatro sillas y dejándote aquello querías comprar. Las cafeterías tipo self service no me gustan, osea que no paro, prefiero una terracita y un café de espresso, y más yo, que tuve cafetería ( durante la estancia en Barcelona de Augus ), pero... ahora que me han prohibido el café y me tengo que tomar descafeinado ( grrrrrrrrr ), apenas me fijo en las marcas que usan y las máquinas que tienen.

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