jueves, 8 de marzo de 2012

Leona





El animal que llevo dentro está inquieto.

Se ha quitado la correa y el bozal a puros zarpazos y los ha escupido bien lejos, cansado de tanta estupidez como se aguanta.

No se puede ir por estos mundos viendo lo que se ve, sintiendo los latigazos de tanto instinto y mantenerse por mucho tiempo domesticado, que no ha nacido una para que la lleven por ningún camino, mas bien me tira acortar por entre la maleza que seguir los puñeteros rastros que han marcado los otros, ahí no hay caza interesante.

El animal que ruge cuando yo quiero que se calle, ya se ha hartado de decir lo que otros quieren escuchar, que no quiero una manada, que no quiero una guarida, quiero volar, quiero correr, quiero clavarle los colmillos a esta puta vida cada vez que me lo pidan mis tripas, que de tripas sabemos mucho unos cuantos salvajes que rondamos a la luna en esas madrugadas rotas de soledad.

Tengo sed, tengo hambre, pero no quiero sentarme a la mesa con los cubiertos de plata, con la servilleta blanca teñida por los reflejos color sangre del rioja de mi copa, quiero devorar sin medida, arrasar con mis emociones, dejarlas parir en cada rincón de mi camino, quiero dejar mis huellas en alguna espalda, sabiendo que es mía mientras la araño, y mañana ya me dirá el amanecer si las afilo allí de nuevo o me las como en mi cueva mientras me relamo de gusto por esos impulsos locos que me pueden.

No quiere ser correcto, solo es un animal.

Se pelea conmigo para que lo suelte, y yo me encabrono con él porque es tan auténtico que me deja sin argumentos para frenarlo.

Vuela, corre, caza, come y digiere. Y luego nos lo cuentas.

2 comentarios:

  1. Vivan esos deseos, Yolanda y por siempre. Feliz día.

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  2. Vanos allá, Enrique..., y que sea lo que el destino quiera.

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