viernes, 30 de marzo de 2012

Destino





Cruzó un océano profundo, oscuro y traidor, los tiburones desgarraron su piel desnuda. La sal y el frío casi le arrancaron el último aliento, pero nunca dejó de nadar a contracorriente, sus brazos resistieron la batalla.

De pié en la arena blanca descubrió que ante sus ojos se extendía un desierto, solo el brillo de las calaveras distrajo por un momento sus pasos en el camino yermo. Sus alas pesaban como lápidas.

Y siguió arrastrando su maltrecha alma por senderos sucios, escuchando a su espalda la voz que susurraba su nombre. Nunca dió la vuelta para mirar atrás. Sus ojos claros se clavaron en el suelo, caminando adelante siempre como en un trance.

Vadeó muchos lagos, esquivó mil trampas, se llenó de cicatrices el alma y el cuerpo, un cuerpo pintado, como un mercenario que baja del cielo para dar la vida luchando. Y luchó hasta llegar al fin del camino, largo y tortuoso.

Subió las escaleras y encontró un paisaje aterrador, la piedra gris, dura y fría la estaba esperando.

Allí clavó su destino y dando un paso más hincó su rodilla en tierra y levantó la mirada hacia su verdugo, que espada en mano esperaba escuchar una súplica.

"He venido a morir" - susurró -
"Tengo el corazón preparado para recibir la espada. Déjala que caiga ya, o dame la mano para que camine a tu lado."

El verdugo entornó los ojos, el dolor de su interior era como una marea desbocada, recitaba en voz baja.

No podía dejar de ver esos ojos claros aún cuando cerró los ojos y levantó la espada. 

2 comentarios:

  1. Un texto buenísimo, Yolanda. Si lo hubiera escrito Tabucci ya estaría publicado.

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  2. Muchas gracias Enrique, Hace pocos días que falleció ese gran escritor y es un honor que compares un escrito mio con uno suyo.
    Este texto lo escribí hace mucho, tantos como muerto lleva mi hermano, para él que era mi guerrero y se fue luchando, dándonos y dejándonos mil lecciones de vida.

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