domingo, 18 de marzo de 2012

once pasos








Once pasos separan mi ducha de tu calor. Once. Los tengo bien contados.


Necesito más de diez minutos bajo el calor hiriente del agua para arrancarme tu olor. Pero tú olor nunca desaparece. Te has metido bajo mi piel, dentro de mi mirada, en todos los rincones de mi boca, apuñala mis oídos… así que cada vez que toco, miro, huelo, oigo y hablo el deseo que te inunda me acompaña.


Acaricio -como siempre- la tela del traje, la camisa… mientras noto a mi espalda la puñalada de tu mirada perversa. La noto siseante, caliente. Me llama de nuevo. Perversa. Me grita que vuelva de nuevo al juego anterior. Un combate desenfrenado que no s convierte en fieras entrelazadas, en animales celosos de deseo. Perversas, hirientes, acompasadas.


No hay normas ni reglas. Ángeles y demonios. El deseo manda.
Espera… ¡sí! Solo una. Silenciosa, musitada una primera vez lejana entre quejidos de placer. Sin marcas. Solo eso -sin marcas- ni en los cuerpos ni en las almas.


Las peores son las marcas del alma.


Dejo caer la toalla que me arropa y me acerco de nuevo al campo de batalla. Tres metros cuadrados de tela blanca, arrugada, fresca… me tumbo, desafiante. Mi beso te arrastra sobre mi cuerpo y cuando te noto de nuevo preparado, me libro de ti, y me visto en la penumbra del deseo… perverso de nuevo.


Perversos.


Tú me esperas. Yo deseo. Humo en la distancia.
Perversos.

2 comentarios:

  1. No se está obligado a que las historias que se escriben deban ser, necesariamente, ciertas, pero la profundidad con las que las transmites obligan a comentarlas desde una óptica vital y admitir con ello, como bien dices, que las peores marcas son las que se dejan en el alma.
    Un abrazo, Yolanda

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  2. En algún momento, todas la historias son ciertas, Enrique. Y más cuando son sentimientos lo que intentas transmitir, todos hemos sentido en mayor o menor proporción todos ellos, con lo que es fácil, empatizar con mis narraciones.

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