domingo, 25 de diciembre de 2011

Teatro



Arriba el telón!, Empieza un nuevo día, y elegimos personaje, el que nos toque representar hoy, e iremos variándolo dependiendo del escenario en el que debamos actuar.

Interpretamos un papel para ocultar nuestras inseguridades en el trabajo, entre amigos o con la familia.

 Tenemos miedo a quitarnos la máscara y mostrar como somos. Hasta que acabamos perdiendo los papeles, nos toca improvisar y es cuando casi siempre trasluce la verdad de cada uno.

Actuamos para que nos quieran, nos acepten, para ser la perfección. Está la simulación del éxito y la del drama, las dos muy extendidas. 

En ocasiones tenemos que crear un personaje para tranquilizar a nuestro entorno. Si nos mostráramos liberales, abiertos, directos y tan duros como quizá somos, estaríamos mucho más solos o nuestros allegados no podrían soportar tanta verdad. En este mundo de imagen acabamos atados de pies y manos por el reflejo que ofrecemos.

Si el teatro es un enmascaramiento público, nadie debería ponerse una máscara frente a su propio espejo. Disfrazarse es la mejor forma de ocultar emociones y el mejor antifaz es una emoción falsa que desconcierte y actúe como camuflaje. Si alguien lo hace consigo mismo será por desconocimiento propio y es tan complejo como absurdo.

Los que hacen del drama el éxito de su vida para conseguir afecto, castrar y chantajear emocionalmente. Ese sufrimiento constante y exhibido hasta que un rey de la desdicha se encuentra con otro y se establece una competición para ver quien sufre más. Tomando como sentido de su existencia la exhibición constante de sus dramas y por tanto, su propia tragedia. En contrapartida, también existe la variante de la perpetua exhibición de la frivolidad que unas veces oculta puro dolor y otras simplemente la nada.

¿El gran teatro de la familia? Donde se coloca el coro y allí comienza la actuación de cada uno. La familia es el mejor engranaje que ha encontrado el sistema social para asignar papeles, reproducir roles e incluso reprimirlos. El rol que se nos asigne debe ser asumido o, afortunadamente, también podremos revelarnos.

Como decía Blanche en Un tranvía llamado deseo: "No quiero realismo, quiero magia. No digo la verdad sino lo que debería ser y si es pecado, que me condenen por ello".

Hay tantos papeles como minutos tiene una vida.

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