Estoy convencida de que existe en cada pueblo, cada barrio de una ciudad grande. Yo he visto alguno, pero hubo uno en especial, tuve intriga por él.
Lo vi al borde de una carretera
comarcal andando hacia ninguna parte con esa sensación de libertad, y no de
angustia, que da el poder caminar sin rumbo, sin prisas, sin agobio hacia no se
sabe dónde.
Me sorprendió relativamente; por eso pregunté en las tiendas, a los vecinos. Y todos le conocían. Sin saber su nombre, su origen, sus señas, su
realidad, su historia, pero todos sabían quién era aunque nadie sabía con
certeza lo que hacía.
Aparentemente, sólo era un vagabundo….
Iba
sucio, pero no mucho, andrajoso, pero cuantas veces lo vi, iba exactamente
igual de sucio y humillantemente andrajoso.
Su biografía era inventada a diario por todos aquellos con los que se cruzaba.
Un rostro sin barba ni
bigote convencional pero con la sensación más evidente de muchos días sin
afeitar.
Pelo largo pero no espectaculares melenas. Piernas delgadas, muy delgadas, con pantalón corto por estar recortado, tanto en
invierno como en verano y unos zapatos que no eran zapatos sino un elemento de
no sé qué material que, dejando medio desnudos los pies, parecía un vendaje
aplicado sobre una simple suela de alpargata o de zapatillas. Todo ello
simulaba una especie de zapato militar, sin serlo evidentemente, o una bota
rara, muy rara. Siempre parecía hablar con un teléfono móvil sin manos pero
hablaba en realidad consigo mismo, murmuraba, maldecía….
El tiempo le hizo más huraño y agresivo. Más antisocial aunque yo
pienso que lo era totalmente desde siempre. Jamás le vi hablar con alguien sino
para pedir un cigarrillo, o dinero para vino.
Pero repentinamente desapareció y yo
pregunté por él.
Unos me dijeron que un coche le había atropellado, otros
nombraron la palabra suicidio en la vía del tren, algunos citaron su expulsión
del municipio por un acto, dicen, de agresión no sexual, a una ciudadana.
A mí
no me sorprende que de alguien del que no se sabe la historia real tampoco se
llegue a conocer su desenlace. La última referencia que tuve fue que le habían
ingresado en un centro para tratamiento psiquiátrico. No me pareció imposible.
Y ahora mismo no sé si volveré a verle en otra
ocasión, pero os juro que me gustaría, de verdad, encontrarle otra vez, no
necesariamente más aseado, caminando por el arcén de una carretera comarcal.
A mi, a veces, me pasa lo mismo, compartir escenas, aparentemente subliminales, no dejan de aportarnos esa necesaria complicidad con nuestro propio espacio que, no necesariamente, debe ser sublime sino todo lo contrario, Yolanda.
ResponderEliminarAlgunos, nos podemos hasta ver reflejados en él por un futuro incierto... y no deja de sorprenderme, la fuerza del olvido de la familia y el silencio social, el crear mil vidas para una historia y cien finales para la misma.
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