miércoles, 15 de mayo de 2013

Cuando nadie me ve.



Mi amiga “la sole” y yo, llevamos muchos años juntas, siempre de la mano y guardando la distancia, yo no le preguntaba y ella no me acuciaba en fechas que suele ser más omnipresente que presente.

Me preguntaban a menudo, si no me invadía la tristeza, y yo les respondía sinceramente, que no necesitaba a nadie bailándome el agua; nunca sentí esa sensación que algunos cuentan, tras cerrar la puerta a mi espalda y oír el silencio en casa, un día era igual al otro, y mi libro, mi página en blanco en el Word, y conversaciones esporádicas virtuales, me llenaban tanto como una cena rodeada de amigos o familia.

Mi amiga “la Sole”, siempre se mostró correcta conmigo, y yo aprendí a vivir con ella y a convivir con el silencio, y a pesar de los que lo dudan, era féliz.

Ahora, cuando nadie me ve, dejo que el estruendo que tantas veces ha dejado escombros en mi alma ruja de nuevo.

Cuando nadie me ve tiro la toalla, tan lejos como puedo, y me siento sola y desamparada. Sin compañía que sea capaz de alcanzar el ritmo frenético que impongo en mi huida.

No quiero que me vea nadie cuando tengo miedo de equivocarme. Un miedo tan duro, tan físico, que me derrota y hace que me sienta más insignificante aún.

No tiene que verme nadie cuando siento que la vida se me escapa entre los dedos, fría y silenciosa, dejándome un vacío imposible de llenar. La vida y la distancia son a veces terribles aliados cuando se muestran con cara de enemigo.

Cuando nadie me ve , pienso que un roce es una distancia insalvable. Nadie me ve cuando antepongo el después al ahora. El sí al no.

Ya no somos tan amigas, “la Sole” y yo, ahora nos miramos de reojo, e intentamos ganar esa partida de ajedrez que empezó trece años ya, y que dejamos en tablas, hasta encontrar el punto débil una u otra, y parece que ésta vez, ella me domina y piensa ganar la partida, sin dejarme pensar en la contrapartida.

Pero eso solo pasa cuando nadie me ve.

No mires.

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