Te conocí en una lucha de
camionetas, aviones, azafatas y edificios gigantes, un collar de perlas que era imposible recuperar, y mil imágenes que salían como disparos, una historia subrealista
que nos dio sonrisas, risas y carcajadas, en unas noches en las que
seguramente, la soledad, los problemas y la angustia, hacía presagiar que la
mueca sería distinta.
Ese mismo día, empecé a quererte
niño grande.
Te leí y descubrí tu arte
para imaginar, para relatar, y para compartir esa magia que le das a la vida,
esa forma irónica de vivirla y ver en una caja de cartón un fórmula 1, de
viajar a la Luna por 50€, que si te da por poner un número de cuenta, a éstas
alturas, serías Rokefeller.
Y llegó ese día, en que
tus brazos, demostraron lo que es un abrazo, el día en que comprendí, que nadie
sabe rodear con sus brazos y dar en ellos todo el cariño de la amistad sincera,
deberías de poner una academia de abrazos. Hoy que nadie transmite, que no se le da importancia a las palabras, al honor, a
la amistad, a estar sin decir nada porque sólo necesitas en ese momento la
presencia, que se ha perdido entre sombras de desengaños, el concepto del amor…
tú, con un abrazo, recuerdas y demuestras, el significado real de cada una de
ellas.
Y maldigo, a quién te
hizo daño, y a quien pueda hacértelo, porque dentro de ti, convive el hombre
que eres con el niño que fuiste, sin que haya dejado rastro en tu corazón de
malicia, rencor o desilusión.
A pesar de la diferencia
de edad, y que debía ser yo quien por ella te enseñara, de ti aprendí, el valor
de un abrazo.
Los añoro porque los
tengo presentes cada día.
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