Como ríos que ahogan lentamente, como demonios o pecados inconfesables, mercenarias que asesinan las palabras, hay emociones que no pueden expresarse, que se ahogan por dentro.
Las que se agazapan en el fondo de todas
las almas, que anudan la garganta en un silencio que es mejor romper.
Y una sabe que sería más libre si
pudiera darles alas, si fuera capaz de despedazarla con las manos desnudas y
dormir, por fin, sin escuchar sus ecos.
Como cadenas que nos amarran a una nada
infinita, sobrevolando un todo muy real.
Gritos en el silencio, miradas cegadas
de impotencias, caricias que se mueren en el aire, abrazos desnudos de piel, ángeles
sin cielo.
Esas que por mucho que se quieren
gritar, hay que matarlas pecho abajo, para no rajarse en pleno grito.
Pequeños monstruos que parimos a diario,
y que nos van quitando la vida.
Madrugadas nómadas, pasos desiertos en el asfalto gris, miradas perdidas en calles vacías, distancias insalvables, barreras insufribles.
Las mías viven conmigo, pero de esas
tenemos todos.
Voy aprendiendo a sujetarlas por el
cuello y mientras las ahogo, he conseguido sonreír
Coge aire…
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