Dice Albert Espinosa en
su libro “El mon Groc”, ( El mundo amarillo), que todos tenemos un amarillo;
Esa persona que un breve o largo espacio de tiempo es nuestro amarillo.
Pueden ser conocidos o
desconocidos, hombre, mujer o niño, que llegan en el momento oportuno para
darnos una lección de vida, esa que el recuerdo te lleva a su imagen y a su
enseñanza. Difiero en que deben haber dormido y despertado junto a ti al menos
una noche.
He tenido diferentes
amarillos, mi hermano pequeño que me enseñó que la vida la tienes que beber a
sorbos, saboreando cada minuto y luchando hasta el último suspiro. Este si
durmió conmigo, y hubiera dado años de mi vida porque hubiera despertado aquel
día.
Mi profesor más querido,
Don Julio, que teorizó todas mis inquietudes, que no consiguió meterme las
matemáticas por un embudo, pero siempre me animaba a escribir y cada vez exigía
más. Me prometió que un día sería capaz de hacer llorar o reír, pensar o divagar,
plasmar un sentimiento a través de las letras, y cada vez que me pongo delante
de una página en blanco, le veo a él. Algún día, Don Julio, algún día…
Mi amiga de la infancia,
la rubia peligrosa, la que sabía mis secretos y me contaba sus anhelos, con la
que viví la mayor parte de la pubertad, y que el destino nos separó y nos
volvió a unir, para seguir aprendiendo las dos con nuestros errores, nuestras
pequeñas victorias, nuestras soledades, muletas de la vida para seguir
creciendo.
Mi amante, hoy mi amigo,
que me enseñó a desconfiar hasta de él, el daño que hace una mentira, el dolor
que causa ir en contra de tus principios, lo divertido que puede ser el juego
entre dos, el conocimiento de los cuerpos, propio y ajeno. La traición del amor
y la lealtad de la amistad. El valor de una piruleta dejada en el parabrisas
del coche.
Un “novio” australiano, o
de Marte, que me enseña que “todo llegará a su debido tiempo”, la paciencia.
Capaz de hacerme brillar los ojos con su sonrisa y de ilusionarme con la
palabra. El que no recuerda, que una vez me dijo en el camino, que en la
próxima fiesta, bailaría conmigo. Y espero que suene la música, para que me
saque a la pista.
Amigos que me enseñaron que era un abrazo, que me tendieron la mano en los momentos oscuros de mi vida, que se convirtieron en mis caseros, que me hicieron reír hasta llorar,
que me dieron todo a cambio de nada, pero que están siempre aunque a veces estén lejos, o yo despistada. El día a día.
Y mi más nuevo amarillo,
que a través de su blog, cada día me enseña, que la vida se disfruta con un
café, un croisant y una paella, conversar con diferente contertulianos
virtuales o presenciales, sus nietos y su compañera de vida, que le arropa cada
noche, y de la suerte que cada uno de
ellos le da al decirle buenos días, y la tristeza de los que pasan momentos
apurados o enfermedades contra las que luchar. Compartir. Enrique.
Mis amarillos son muchos, y no dormí con todos. Espero en alguna ocasión, haber sido amarillo de algunos.
Brillantes son tus amarillos, Yolanda. Lucida, atrevida, clara y especialmente sensible. MB.
ResponderEliminarGracias mi amarillo Enrique. El libro del "mon groc", debería de leerlo todo el mundo, como el Quijote o Manuscrito del segundo origen... siempre de cabecera, para superar los peores momentos.
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